Piel de Ciervo by Robin McKinley

Piel de Ciervo by Robin McKinley

autor:Robin McKinley [Robin McKinley]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788412701197
editor: 2024
publicado: 2024-01-28T23:00:00+00:00


Diecinueve

Lila la acompañó lo suficiente para cerciorarse de que no se perdería. Había una marea de gente, estrecha pero constante, que iba en la misma dirección. Lila conocía a los guardias y cruzó unas palabras amables con cada uno, seguidas de la misma mirada clara y honesta que había rescatado a Lissar aquella mañana durante el desayuno; la misma con la que, pensó, la había sopesado junto al abrevadero.

—Aquí me despido —dijo por fin Lila al final de un corredor—. Desde aquí es imposible que te pierdas. Sigue recto y cruza esas puertas ridículas (las que parecen la boca de un monstruo que ruge) y mira a tu alrededor. Habrá un grupo de gente con aspecto corriente a un lado, y mucha gente no corriente paseándose y dándose aires. Quédate de pie donde estén los primeros. —Sonrió—. Me quedaría un ratito contigo a ver el espectáculo, pero ya me he saltado mucho trabajo por hoy. Espinarroja es buena gente, pero si no haces tus horas, se acabó.

A Lissar le costaba ver; parpadeó, pero, en cuanto abrió los ojos, vio… dos imágenes diferentes, superpuestas. Veía la puerta de la boca monstruosa y a los guardias de la misma, amistosos y relajados, que no parecían temer perder ni una pizca de su dignidad por hablar con las personas de todas clases que entraban y salían. Pero, junto a esa escena, o sobre ella, veía otra puerta más grande y menos elaborada, con guardias que vestían uniformes dorados y petos brillantes como espejos, y un portero tan arrogante que parecía de mayor categoría que casi todas las personas a las que permitía cruzar la puerta, a pesar de sus portes majestuosos y sus ropas lujosas; tenía un lacayo a cada lado, en tensión, a la espera de sus órdenes.

—Gracias —respondió a Lila, y parpadeó de nuevo—. Seguro que sabré llegar desde aquí.

—¿Te encuentras bien? —preguntó Lila con brusquedad—. Te has puesto pálida. —Le tocó el brazo—. ¿No te daría un pequeño golpe de calor ayer? O a lo mejor no te han sentado bien las salchichas de Cala. Los dioses sabrán lo que les echa.

Lissar sacudió la cabeza, con cuidado, mientras seguía parpadeando.

—No. Es solo que… todavía no estoy acostumbrada a tanta gente.

Lila la miró un momento más y después bajó la mano.

—Ojalá me hubieras dejado prestarte unos zapatos. ¡Descalza ante el rey y la reina! —Meneó la cabeza, pero había vuelto a sonreír.

—Me gusta saber por dónde camino. Si llevo zapatos, siempre camino sobre los zapatos —murmuró Lissar.

—Bueno, te identifica como extranjera, eso seguro, y los extranjeros suelen ser exóticos. Pero también parece que no tienes amigos. Y recuerda, vuelve a las cuadras esta noche, da igual lo que pase. No te vamos a tener en el trastero para siempre.

Lissar asintió, y Lila, después de mirarla con nerviosismo un momento más, se dio la vuelta.

—Lila… —Ella, que ya había dado unos pocos pasos, se detuvo de inmediato y regresó—. ¿Cómo se les llama, al rey y a la reina? su… su… —la



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